Viajar siempre ha sido una de mis grandes pasiones; desde pequeña, siempre me ha encantado planear escapadas, descubrir nuevos lugares y disfrutar de la libertad que solo un buen viaje puede ofrecer. ¿Lo que más me gustaba? Compartir esos momentos con las personas que más quiero.
Sin embargo, hace poco, mi concepto de «viajar con compañía» cambió por completo. Decidí que era hora de que mi gato, Momo, me acompañara en una de mis aventuras.
Si tú, querido lector, has sentido también el deseo de compartir estas experiencias con tu gato, pero a su vez te has encontrado con muchas inseguridades y obstáculos que acarreaban esta decisión, te recomiendo oír esta historia.
¡Ojalá me lo hubiera contado alguien!
La idea de pasar unas vacaciones con mi gato empezó a tomar forma.
Todo comenzó una tarde cualquiera. Estaba buscando destinos para unas pequeñas vacaciones cuando se me ocurrió la idea. ¿Por qué no llevar a Momo conmigo?
Él siempre ha sido un compañero muy cariñoso y tranquilito, y desde que me mudé a mi nueva casa, no había tenido mucho tiempo de hacer viajes largos, así que la idea de dejarlo atrás me dejaba algo intranquila. Pensé: «¿Y si lo traigo conmigo?» Pero claro, en cuanto surgió la idea, también comenzaron a llegar las dudas.
¿Sería cómodo para él? ¿Qué pasaría con los trámites de transporte? ¿Sería demasiado estrés para él?
Después de pensar un poco más, me decidí. Iba a ser todo un reto, pero también una aventura. Y así fue como empezó el plan.
Investigarlo todo, esa fue la base.
Una de las primeras cosas en las que me fijé fue que viajar con un gato no es tan sencillo como meterlo en el coche y salir a la carretera: existe todo un proceso de preparación que no había considerado en un principio. Lo primero que hice fue investigar sobre los requisitos para viajar con un animal; resulta que, dependiendo del medio de transporte que utilices, las reglas pueden variar mucho.
Si viajas en avión, como fue mi caso, las normas de las aerolíneas son muy estrictas. En general, los gatos tienen que viajar en transportines que cumplan con ciertas especificaciones de tamaño y ventilación. Además, muchos vuelos solo permiten un número limitado de mascotas por vuelo, así que, si no reservas con antelación, te arriesgas a no poder llevar a tu mascota.
Por suerte, mi aerolínea permitía llevar a Momo en cabina. El transporte debía ser un transportín pequeño que pudiera caber debajo del asiento delantero, lo que limitaba un poco las opciones. Tras buscar varios modelos, me decidí por uno que parecía cómodo y seguro, con suficiente ventilación y un tamaño adecuado. A pesar de lo que pensaba, fue bastante sencillo encontrarlo, pero no dejé de preguntar en foros y buscar opiniones para asegurarme de que fuera el adecuado.
Por otro lado, dependiendo del país al que viajes, existen unas normas u otras. Si vas al extranjero es complicado sacar una idea general de qué requisitos debes cumplir, ya que según el destino se aplican diferentes normativas. Para cerciorarme, busqué en noticias recientes en Google que me indicaran de las nuevas leyes y requisitos que se aplicaban según el país; sin embargo, yo no iba a viajar tan lejos ya que eran unas pequeñas vacaciones, así que en ese aspecto me tranquilicé un poco más.
Otro aspecto importante fue la salud de Momo. Antes de viajar, tuve que llevarlo al veterinario para asegurarnos de que estaba en buen estado y que cumpliría con los requisitos de salud necesarios. Además, algunas aerolíneas exigen que los gatos tengan un microchip, y también me aseguré de tenerlo actualizado en caso de emergencia.
La decisión.
Habiendo investigado todo lo necesario, a través de un sinfín de comparadores y de opiniones de amigos, hubo una empresa que me dejó bastante tranquila: Star Cargo se ocupaba de cubrir todas esas dudas que me atormentaban a través de una base bastante sólida que cobraba todo el sentido.
Algunos amigos también me lo habían recomendado, así que me lancé a por ello, y esperé lo mejor con los dedos cruzados.
Al fin y al cabo, estaba feliz ¡Momo y yo iríamos por fin a unas vacaciones juntos!
El día del viaje.
El día de la partida finalmente llegó, y aunque estaba emocionada por la aventura, no pude evitar sentir algo de nervios. Momo no estaba acostumbrado a viajar, y tampoco sabía cómo reaccionaría a todo el proceso. Lo que más me preocupaba era la seguridad de él durante el vuelo y su bienestar.
Por la mañana, le preparé su transportín con su manta favorita para que se sintiera cómodo y seguro. También le metí un par de juguetes y su bol de agua, por si le daba sed durante el viaje. Antes de salir, lo dejé descansar en casa para que no estuviera demasiado nervioso.
El día anterior le pregunté al veterinario si la idea de sedarlo era la mejor; sin embargo, me advirtió que los animales sedados pasaban mucho más estrés cuando viajaban, ya que no se dormían del todo, sino que estaban conscientes (y mareados) durante todo el proceso. Así que, siguiendo sus consejos, opté por alternativas más naturales que en vez de adormilarlo, lo relajaban de forma natural (como cuando nosotros nos tomamos una tila).
Cuando llegamos al aeropuerto, tuve que hacer todo el proceso de registro, que fue más sencillo de lo que esperaba. Me dirigí al mostrador de la compañía aérea, donde me pidieron los documentos de Momo, como su certificado de salud y la prueba de que tenía microchip. Una vez todo estuvo en orden, nos dirigimos a la zona de embarque, donde ya comenzaba a sentirme más tranquila.
Ya en el avión.
La verdad es que el momento del vuelo fue bastante diferente de lo que había imaginado. Yo pensaba que Momo estaría muy asustado y que el vuelo sería un desastre, pero la verdad es que no fue tan malo. Al principio, estaba un poco inquieto, maullando de vez en cuando, pero rápidamente se calmó; creo que le ayudó que estuviera conmigo en todo momento. Sin embargo, lo más complicado para mí fue no poder sacarlo del transportín. Aunque estaba a mi lado, no podía acariciarlo ni consolarlo como hubiera querido, lo que me dejó un poco angustiada.
¿Y sabéis qué? Lo que más me sorprendió fue la cantidad de gente que también llevaba sus mascotas. ¡Al parecer, no soy la única que prefiere viajar con su compañero peludo! Gracias a ello, me sentí más relajada e integrada, como si todos estuviéramos en el mismo barco.
Durante el vuelo, estuve bastante atenta ante cualquier signo de incomodidad de Momo, asegurándome de que tuviera suficiente agua y que no se sintiera agobiado. Afortunadamente, la mayor parte del viaje fue tranquila, y a los pocos minutos de despegar, Momo se quedó dormido, lo que me dio un respiro.
Llegando al destino; adaptación y primeros días.
Una vez llegamos a nuestro destino, todo el proceso de desembarque fue bastante sencillo. Al llegar al hotel, me aseguré de que tuviéramos todo lo necesario para que Momo estuviera cómodo: su cama, su comida y su agua. Los primeros días fueron un poco difíciles porque Momo no estaba acostumbrado a la nueva rutina y, sobre todo, al entorno desconocido. Pasó mucho tiempo escondido bajo la cama o explorando lentamente el espacio.
Pero a medida que pasaron los días, fue adaptándose poco a poco. De hecho, no me esperaba que se adaptara tan fácilmente a estar en un lugar nuevo. Siempre había sido un gato muy territorial, pero viajar lo convirtió en un gatito un poco más tolerante con los cambios.
Lo mejor fue cuando, al cabo de una semana, ya estaba totalmente cómodo, y hasta se atrevió a salir conmigo a explorar algunos de los alrededores. Ya no estaba tan asustado y parecía disfrutar del aire libre y del cambio de ambiente tanto como yo.
¡Valió la pena!
Mirando atrás, no puedo evitar sentir que esta experiencia ha sido una de las mejores que he vivido. Viajar con Momo me permitió ver el mundo de una forma diferente, no solo por los lugares que visité, sino por la forma en que compartí todo con él. Fue como tener un pequeño compañero de aventuras que me ofreció un nivel de compañía y conexión que no habría tenido de otro modo.
A pesar de los nervios y las dificultades del viaje, todo valió la pena.
Así que ya sabes, si tienes un gato y estás pensando en viajar con él, mi consejo es que no lo dudes. Planifica con antelación, asegúrate de que tanto tú como tu gato estén bien preparados, y sobre todo, disfruta del viaje. Tener a tu gato cerca es una experiencia que no tiene precio.
Al final, todo lo que necesitas para hacer que tu gato viaje de forma segura y cómoda es un poco de planificación y mucha paciencia. Aunque no siempre es fácil, cuando miras a tu compañero peludo disfrutar de la nueva experiencia, sabes que ha valido totalmente la pena.